martes, 28 de febrero de 2017

Les cares de la vida

A primera hora del matí, quan encara no t’has espolsat la son de les parpelles, ja sou el ronc dels motors. Comença la jornada. Els autocars inicien un torn de viatges que durarà tot el dia.
Podeu trobar tota mena de viatgers. Els més matiners solen ser hòmens de negocis que tenen concertada alguna reunió matutina a la capital catalana, o bé, treballadors i treballadores que “enganxen” molt d’hora.
És gran la diversitat. Aquí tens el drogata farfallós que no sap on es troba, com aquell que diu, i pregunta preus i horaris repetidament, sense aconseguir fixar-los a la ment, talment emboirada que no pot regir-lo.
Un grup de jóvens negres esperen a les andanes. Han d’anar a terres lleidatanes, a collir pomes i altres fruits. Molts d’ells es van jugar la vida fent la travessa del Mediterrani, amuntegats com si foren una mercaderia. La fam i la taca del desert que s’estén cada any i anorrea les pastures i els cultius, els van empènyer cap al paradís europeu, un lloc on la gent menja quan te gana! Treballaran al camp i estalviaran quatre xavos per poder ajudar a sobreviure la seua gent que els queda tan lluny.
En un banc seu una dona encara jove. Duu el cap cofat amb un mocador policrom ben ajustat i lligat a la part del clatell amb una llaçada. És fàcil endevinar que li ha caigut el cabell; és un efecte de la quimioteràpia. Ella, que tenia els pits més bonics del món, els ha hagut d’entregar al bisturí, que hi ha furgat i retallat per exterminar les tossudes cèl·lules del càncer. Manté una postura digna; té una mirada ferma, pròpia d’aquelles persones que no s’arronsen quan vénen maldades. Està convençuda que guanyarà la partida.
Una dona petitíssima i els seu company van vestits amb equip de ciclistes. Pleguen les bicicletes, les guarden al maleter i pugen a l’autocar. Al cap d’una estona cabotegen; els guanya el cansament. Han somiat fa dies en fer una escapada fugint de la ciutat sorollosa, i ara tornen al solc, perquè han de treballar a la ciutat sorollosa, si volen menjar.
En un racó, la noieta amb cara de fàstic. No pot alliberar-se! Un altre cap de setmana a les tenebres! Va dir que no hi aniria, però hi va anar. El soroll explosiu, les llums canviants i llampegants, les primeres copes... fins sortir de la discoteca, i fumar i prendre el que havia dit que no prendria mai més, i la carn sense amor, fastiguejant. El cap a punt d’esclatar. S’adorm finalment sense voler saber res de ningú.
Avui hi ha un xivarri a tota l’estació. Els escolars van d’excursió. No importa si van a la muntanya o a la ciutat. Els il·lusiona el fet de trencar la rutina de les classes. Les mares jóvens i algun pare, xarren en petits grups; esperen que l’autocar inicie la marxa.
Unes dones han anat a la ciutat a fer compres, perquè és temps de rebaixes, o perquè necessiten algun atuell o alguna tela, o canviar les ulleres. Xarren contentes, animades.


A l’estació d’autobusos, ja veieu, podem contemplar les cares de la vida.

lunes, 13 de febrero de 2017

Les ovelles devoren els hòmens

Al blog d’avui trobareu un text de “Utopia”, de Thomas More. És clarivident i descarat front als capitalistes anglesos de principis del segle XVI.
Només cal que ho apliquem a les terres devastades d’Àfrica i altres territoris del planeta, i trobarem explicació a moltes situacions d’injustícia global que semblen inexplicables.


Las ovejas -contesté- vuestras ovejas. Tan mansas y tan acostumbradas a alimentarse con sobriedad, son ahora, según dicen, tan voraces y asilvestradas que devoran hasta a los mismos hombres, devastando campos y asolando casas y aldeas. Vemos, en efecto, a los nobles, los ricos y hasta a los mismos abades, santos varones, en todos los lugares del reino donde se cría la lana más fina y más cara..., y no bastándoles lo que tenían para vivir con lujo y ociosidad, a cuenta del bien común -cuando no en su perjuicio- ahora no dejan nada para cultivos. Lo cercan todo, y para ello, si es necesario derribar casas, destruyen las aldeas no dejando en pie más que las iglesias que dedican a establo de las ovejas. No satisfechos con los espacios reservados a caza y viveros, estos piadosos varones convierten en pastizales desiertos todos los cultivos y granjas. Para que uno de estos garduños -inexplicable y atroz peste del pueblo- pueda cercar una serie de tierras unificadas con varios miles de yugadas, ha tenido que forzar a sus colonos a que le vendan sus tierras. Para ello, unas veces se ha adelantado a cercarlas con engaño, otras los ha cargado de injurias, y otras los ha acorralado con pleitos y vejaciones. Y así tienen que marcharse como pueden hombres, mujeres, maridos, esposas, huérfanos, viudas, padres con hijos pequeños, familias más numerosas que ricas, pues la tierra necesita muchos brazos. Emigran de sus lugares conocidos y acostumbrados sin encontrar dónde asentarse. Ante la necesidad de dejar sus enseres, ya de por sí de escaso valor, tienen que venderlos al más bajo precio. Y luego de agotar en su ir y venir el poco dinero que tenían, ¿qué otro camino les queda más que robar y exponerse a que les ahorquen con todo derecho o irse por esos caminos pidiendo limosna? En tal caso, pueden acabar también en la cárcel como maleantes, vagos, por más que ellos se empeñen en trabajar, si no hay nadie que quiera darles trabajo. Por otra parte, ¿cómo darles trabajo si en las faenas del campo que era lo suyo ya no hay nada que hacer? Ya no se siembra. Y para las faenas del pastoreo, con un pastor o boyero sobra para guiarlos rebaños en tierras que labradas necesitaban muchos más brazos. Así se explica también que, en muchos lugares, los precios de los víveres hayan subido vertiginosamente. Y lo más extraño es que la lana se ha puesto tan cara, que la pobre gente de estas tierras no puede comprar ni la de la más ínfima calidad... De esta manera, mucha gente sin trabajo cae en la ociosidad.
Por si fuera poco, después de incrementarse los pastizales, la epizootia diezmó las ovejas, como si la ira de Dios descargara sobre los rebaños su cólera por la codicia de los dueños. Hubiera sido más justo haberla dejado caer sobre la cabeza de éstos. Pues no se ha de creer, que, aunque el número de ovejas haya aumentado, no por ello baja el precio de la lana. La verdad es que, si bien no existe un «monopolio» en el sentido de que sea uno quien la vende, sí existe un «oligopolio». El negocio de la lana ha caído en manos de unos cuantos que, además, son ricos. Ahora bien, éstos no tienen prisa en vender antes de lo que les convenga. Y no les conviene sino a buen precio. Por la misma razón, e incluso con más fuerza, se han encarecido las otras especies de vacuno. La destrucción de los establos y la reducción del área cultivada, ha traído como consecuencia que nadie se preocupe de su reproducción y de su cría. Porque estos nuevos ricos no se preocupan de obtener crías de vacuno o de ovino. Las compran flacas y a bajo precio en otros sitios y las engordan en sus pastizales para venderlas después al mejor precio.