Mientras algunos
malgastan el don del habla, hilvanando discursos vacíos, otros actúan. Han
convertido el Parlamento en mercadillo de la parlería. Se parapetan detrás de
leyes injustas para resistir la vergüenza de la muerte de 4220 ahogados durante
los diez primeros meses del 2016, ahogados, según recuento oficial, en las
aguas del Mediterráneo. Para todos "ellos" no habrá Juegos del
Mediterráneo ni en el 2018, ni nunca. Ellos se jugaron la vida y la han
perdido.
Los políticos
españoles han realizado un ejercicio supremo de esa parlería sin fin en un
juego de esgrima que ha durado 315 días, hasta encender el semáforo verde
-verde que te quiero verde- para que se pudiera constituir un nuevo gobierno o
un gobierno remozado.
En medio de tanta
controversia, nadie se preocupó de "ellos"; "ellos" no
existen. Siguen muriendo sin pausa. Nada puede impedirlo; o, por ajustarnos
más, nadie quiere impedirlo. Toda la miseria africana no merece el esfuerzo
real de los ricos y bien armados, para salvar las vidas de los pobres e
indefensos. Clamor y acción hacen falta para salvar a esos oprimidos, y para
despertar nuestras conciencias del sopor que las invade. Clamor del Papa
Francisco avergonzado en cierto modo de presidir "la Iglesia de los
pobres" -¿quién se acuerda de ello?- y la fraternidad universal. Clamor
que no ha tenido ninguna resonancia entre los parlanchines parlamentarios.
¿Acción? La Rusia
otra vez imperial presume de haber construido el avión de guerra más letal, el
T-50, capaz de portar misiles nucleares, y alcanzar la velocidad de 2.500
kilómetros por hora. Los del otro imperio andan envueltos en la "campaña
electoral", reducida a un intercambio de insultos entre una señora de
sonrisa exterior fácil y un pelirrojo vociferante.
La acción la ponen
en marcha gente de conciencia viva. El capitán Klaus Vogel es uno de ellos. Es
capitán de navío. Tiene 59 años. Ha surcado los océanos al mando de los Containerschiffen, esos enormes barcos que
transportan, de un lado a otro del mundo, centenares, miles de contenedores
llenos de productos producidos aquí y consumidos allá, o producidos allá y
consumidos aquí.
Vogel tiene mujer e
hijos. Ha comprendido que esos africanos que se embarcan sin ni siquiera saber
nadar, a la deriva, huyendo de la muerte en tierra, aunque la encuentren en el
mar, esos africanos también tienen mujer e hijos, que también embarcan buscando
un futuro luminoso para sus hijos. No pueden protegerse de la lluvia de bombas;
no pueden escapar de las garras del hambre. Ha pasado a la acción. Con dinero
propio y de familiares y amigos, ha adquirido un barco, el Aquarius,
con el que navega por el Mare Nostrum, ojo avizor para salvar a los ocupantes
de barcazas o lanchas neumáticas, en trance de muerte. Como escribe la
periodista Caterina Lobenstein, el 21 de abril de 2016 en el periódico die Zeit "él oye cómo gritan, ve cómo
tiemblan, huele cómo huelen". Está allí, cerca, sin discursos.
Por una vez me sumo
al lenguaje militar.
- ¡A sus órdenes,
mi capitán!
¡Bienaventurado capitán!...
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