Man darf nicht alles machen, was man machen
kann
(No debemos hacer todo lo que “podemos” hacer)
Lo que se plantea a continuación es si la
capacidad técnica de hacer algo se debe convertir en una obligación moral de
llevarlo a cabo. Es decir, junto a los diversos tipos de moral que se
propugnan, como por ejemplo, moral intelectualista, esteticista, naturalista o
religiosa, ¿cabe en nuestros días establecer la moral tecnológica? La cuestión
no es baladí. Podría tener hasta un tinte religioso, en el sentido de que, si
hemos sido creados con inteligencia y debemos cultivar la inteligencia, cuando
la inteligencia humana descubre nuevas posibilidades para transformar el mundo,
¿no tendrá la obligación “religiosa” de llevarlas a cabo?
De hecho, un libro fundamental para entender
–aunque sólo sea un poco- el hecho social de nuestros tiempos, viene a
descubrir que en el fondo de ciertos comportamientos subyace un entramado
ético-moral fundamentado en una concepción religiosa del mundo y de la vida del
hombre en el mundo. Me refiero a La Ética
protestante y el espíritu del capitalismo, la obra más conocida de Max
WEBER. En él se pone en claro el origen
calvinista de esa especie de adoración del trabajo, no por sí mismo, sino como
cumplimiento de un deber religioso. Trabajar es la salvación para el hombre,
porque con el trabajo y sólo con él cumple su misión religiosa durante su vida
terrenal.
“La primera manifestación (del amor al
prójimo) es el cumplimiento de las tareas profesionales impuestas por lex naturae, con un carácter
específicamente objetivo e impersonal: como un servicio para dar estructura
racional al cosmos que nos rodea”.
“En segundo lugar, como medio principalísimo
de conseguir dicha seguridad en sí mismo, se inculcó la necesidad de recurrir
al trabajo profesional incesante, único modo de ahuyentar la duda religiosa…”
“Esta recomendación del trabajo profesional
como medio de ahuyentar la angustia suscitada por el sentimiento de la propia
inferioridad moral, recuerda la interpretación psicológica que daba PASCAL al
afán de dinero y la ascesis profesional, como un medio inventado para engañarse
sobre la propia nulidad ética”.
“Contra la tentación sexual, como contra la
duda o la angustia religiosa, se prescriben distintos remedios: dieta sobria,
régimen vegetariano, baños fríos; pero, sobre todo, esta máxima,: “trabaja
duramente en tu profesión”.
Para entender la posibilidad, ya real en
muchos ámbitos, de una moral tecnológica, sólo hay que tener en cuenta que el
trabajo se ha convertido en trabajo técnico, y que se ha olvidado el origen
religioso del “deber de trabajar”. Por lo demás, parece que en el sistema
universal tecnopolita lo que no tiene la marca de trabajo técnico, no es moral;
delendum est.
Hay como un manto invisible que cubre la
humanidad global y la determina –le pone los términos, las fronteras- en un
campo de productivismo técnico, amputándole de manera constante cualquier
facultad que pudiera dirigirlo más allá de esas fronteras. Un autor checo poco
conocido, Jan Patocka, tiene un libro denso e incitante, titulado Ensayos heréticos. Uno de esos ensayos
es: “Sobre si la civilización técnica es una civilización en decadencia y por
qué”. Y allí podemos leer estos párrafos:
“El hombre de la época industrial es
incomparablemente más poderoso que el de las épocas precedentes, dispone de un almacenamiento
de fuerzas mucho mayor. Al no bastarle la tierra, se aventura hasta los
dominios subatómicos de que se alimentan las estrellas. Vive en una sociedad de
una densidad inconmensurablemente más elevada y se aprovecha de ello para
intensificar proporcionalmente la presión que ejerce sobre la naturaleza a fin
de obligarla a entregarle un quantum
siempre creciente de esta energía que él confía en integrar a los esquemas de
sus cálculos para ponerse a continuación en el tablero de mando…
Al mismo tiempo la evolución intrínseca de la
producción, de las técnicas y de las prácticas comerciales y financieras,
conduciría al nacimiento de un racionalismo de un tipo completamente nuevo, el
único que conocemos: el racionalismo que,
queriendo dominar las cosas, es dominado por ellas (por el deseo de
beneficio).
… de esa autonomía del proceso de producción
que caracteriza al capitalismo moderno. Éste no tarda en romper la cáscara del
impulso religioso y establece una alianza con el racionalismo moderno, orientado
esencialmente hacia el exterior, alienado de su misión personal y moral, con su
formalismo matemático infinitamente eficaz y su rostro próspero vuelto hacia el
dominio de la naturaleza, del movimiento y de las fuerzas: ese mecanicismo
moderno que muy gustosamente se transforma en maquinismo, aportando así su
contribución a lo que llamamos la Revolución
industrial. A continuación, ésta se ramifica a través de nuestra vida, sobre la
cual ejerce una influencia cada vez más completa: ni la humanidad europea ni,
actualmente, la humanidad en general pueden ya, en su especialización
profesional y en el confuso entrelazarse de sus intereses, existir
materialmente sin ese modo de producción que se basa cada vez más masivamente
en la ciencia y en la técnica (devastando, desde luego, las reservas de energía
mundial, planetaria), por más que el dominio racional, la fría “verdad” del más
frío de los monstruos, oculte hoy enteramente su origen… y adopte el aspecto de
serlo todo, de ser el amo del cosmos.
… H. Arendt ha subrayado que el hombre ya no
entiende lo que hace ni lo que calcula, que se contenta, en su relación con la
naturaleza, con la simple dominación práctica y la previsión carente de
inteligibilidad. En el campo de las ciencias de la naturaleza ha dejado de pisar
el suelo de esta tierra mucho antes de los viajes espaciales. Ha perdido ese
suelo firme bajo sus pies que es el objeto de su misión. Pero con ello ha
renunciado al mismo tiempo a sí mismo, a su posición específica en el universo,
posición consistente en que es el único entre las criaturas vivas que conocemos
que se refiere al ser, que es esa
referencia. El ser deja de ser un problema desde el momento en que todo lo que
es se halla al descubierto en su absurdo cuantificable.”
Estas citas del filósofo checo vienen a poner
de manifiesto la situación sociológica del hombre aprisionado en el sistema
tecnocrático, y no dejan de proponernos una cuestión sobre lo que llamo la
moral tecnológica. Como se sabe, la etimología del término “moral” nos lleva a
la palabra latina mos-moris, que
viene a significar “costumbre”, aquello que “se hace” normalmente en un grupo
social. En principio, lo moral no es bueno ni malo, respecto a un valor
trascendente de la bondad. Si en un grupo social es costumbre que los hombres
sean polígamos, será inmoral un hombre incapaz de maridar a varias hembras. En
un grupo social de costumbres monógamas será inmoral el comportamiento del que
cohabite con más de una. Para saber si es bueno o malo en un sentido absoluto,
este o aquel comportamiento, tendremos que referirnos a concepciones religiosas
o metafísicas sobre la naturaleza esencial del hombre. Ahora bien, en un mundo
en que el hombre sólo sea una pieza del entramado de producción global
tecnológica, tecnocráticamente dirigido, y en el que haya perdido su referencia
al ser, al menos como pregunta, quizá
la moral, la costumbre, sea efectivamente la última instancia de
comportamiento. Y, en ese caso, tanto el poeta, el religioso, como el
revolucionario no tienen lugar, ni se les debe permitir tenerlo. La tecnocracia
debe eliminar la revolución, y la pregunta crítica. Al hombre ya no le queda
otra norma de conducta tranquilizadora más que la moda, lo que se lleva; y más
concretamente la moda tecnológica. Gastar sus fuerzas, su tiempo, su “alma” en
algo distinto, es inmoral, rechazable. En todo caso, se tolerará la presencia
de algún pensador desconectado de la red de aparatos, como un accidente dentro
del proceso, digno de compasión, o de benévola mirada nostálgica, como la que
se tiende sobre las antiguallas de la abuela guardadas en el desván.
Y, con todo, no veo yo la cosa tan sencilla.
Porque no puedo dejar de formular preguntas a quienes se conforman con esa vida
fundada en la moral tecnológica.
La moral tecnológica tiene que contestar a esa
pregunta de fondo:¿debemos hacer todo lo que podemos hacer? Cuando yo era casi
un mozalbete, primerizo en las tareas filosóficas, escribí una apostilla a pie
de página en un libro de ética, que correspondía al supuesto de que la
humanidad deba regirse por el tándem opuesto y, a la vez, complementario, de
pregunta tecnológica-acción técnica. Porque, si ello fuera así, (me preguntaba
entonces y me sigo preguntando ahora [1]) en el supuesto de que alguien ideara construir una bomba –o un sistema-
con energía suficiente para destruir el planeta Tierra, ¿debía sentirse con la
obligación moral-tecnológica de llevar a cabo la prueba final –nunca mejor
dicho- para dar cumplimiento a la exigencia de su intelecto? Si alguien piensa
que eso es absurdo, debe tener claro que “eso” es exactamente el esquema de la
catástrofe bélica llevada al extremo. Esta cuestión-límite abre una brecha en
la veneración hacia el absolutismo tecnológico.
5 DE SEPTIEMBRE 2005 |
GINEBRA -- En total, hasta cuatro mil personas podrían morir a causa de la
radiación a la que se vieron expuestas a raíz del accidente ocurrido en la
central nuclear de Chernóbil hace casi 20 años, según las conclusiones a que ha
llegado un equipo internacional integrado por más de 100 científicos.
A mediados del año 2005, sin embargo, no llegan a 50 las defunciones
atribuidas directamente a la radiación liberada por el desastre; casi todas
esas muertes fueron de trabajadores de servicios de emergencia que sufrieron
una exposición intensa y fallecieron a los pocos meses del accidente, pero
otras se produjeron más tarde, algunas incluso en 2004.
Las nuevas cifras se presentan en un informe que marca un hito histórico,
titulado “Chernobyl’s Legacy: Health, Environmental and Socio-Economic Impacts”
(La herencia de Chernóbil: repercusiones sanitarias, ambientales y
socioeconómicas), que acaba de publicar el Foro de las Naciones Unidas sobre
Chernóbil. En el informe, que resume un documento de 600 páginas publicado en
tres volúmenes y recoge el trabajo de centenares de científicos, economistas y
expertos del sector de la salud, se evalúan los efectos producidos en 20 años
por el mayor accidente nuclear de la historia. El Foro está integrado por ocho
organismos especializados de las Naciones Unidas, a saber, el Organismo
Internacional de Energía Atómica (OIEA), la Organización Mundial
de la Salud
(OMS), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Organización de las
Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios
de las Naciones Unidas (OCAH-NU), el Comité Científico de las Naciones Unidas
para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas (UNSCEAR) y el Banco
Mundial, así como por los Gobiernos de Belarús, Rusia y Ucrania.
“Esta recopilación de las investigaciones más recientes puede ayudar a
responder a las preguntas pendientes sobre cuántas muertes, enfermedades y
consecuencias económicas realmente produjo el accidente de Chernóbil”, explica
el Dr. Burton Bennett, presidente el Foro sobre Chernóbil y autoridad en
materia de efectos de las radiaciones. “Los Gobiernos de los tres países más
afectados se han dado cuenta de que deben encontrar una manera clara de
avanzar, y de que para ello necesitan un firme consenso acerca de las
consecuencias ambientales, sanitarias y económicas, así como buenos consejos y
apoyo de la comunidad internacional.”
“Fue un accidente muy grave, con importantes consecuencias para la salud,
especialmente para los miles de trabajadores que estuvieron expuestos en los
primeros días a dosis muy altas de radiación, y los otros miles de personas que
contrajeron un cáncer de tiroides. En general, sin embargo, no hemos encontrado
efectos negativos profundos en la salud del resto de la población de las zonas
circundantes, ni tampoco una contaminación generalizada que siga suponiendo una
amenaza sustancial para la vida humana, salvo en algunas zonas excepcionales y
restringidas”, añade el Dr. Bennett.
El informe del Foro se propone ayudar a los países afectados a entender la
verdadera escala de las consecuencias del accidente, y formula también
sugerencias sobre las formas en que los Gobiernos de Belarús, Ucrania y Rusia
podrían abordar los principales problemas económicos y sociales. Los miembros
del Foro, incluidos representantes de los tres Gobiernos, se reunirán en Viena
los días 6 y 7 de septiembre en un encuentro sin precedentes de los expertos
del mundo en el accidente de Chernóbil, los efectos de la radiación y la
protección radiológica, para examinar esas conclusiones y recomendaciones.