lunes, 7 de noviembre de 2016

Kapitän Klaus Vogel, en España "ellos" no existen

Mientras algunos malgastan el don del habla, hilvanando discursos vacíos, otros actúan. Han convertido el Parlamento en mercadillo de la parlería. Se parapetan detrás de leyes injustas para resistir la vergüenza de la muerte de 4220 ahogados durante los diez primeros meses del 2016, ahogados, según recuento oficial, en las aguas del Mediterráneo. Para todos "ellos" no habrá Juegos del Mediterráneo ni en el 2018, ni nunca. Ellos se jugaron la vida y la han perdido.
Los políticos españoles han realizado un ejercicio supremo de esa parlería sin fin en un juego de esgrima que ha durado 315 días, hasta encender el semáforo verde -verde que te quiero verde- para que se pudiera constituir un nuevo gobierno o un gobierno remozado.
En medio de tanta controversia, nadie se preocupó de "ellos"; "ellos" no existen. Siguen muriendo sin pausa. Nada puede impedirlo; o, por ajustarnos más, nadie quiere impedirlo. Toda la miseria africana no merece el esfuerzo real de los ricos y bien armados, para salvar las vidas de los pobres e indefensos. Clamor y acción hacen falta para salvar a esos oprimidos, y para despertar nuestras conciencias del sopor que las invade. Clamor del Papa Francisco avergonzado en cierto modo de presidir "la Iglesia de los pobres" -¿quién se acuerda de ello?- y la fraternidad universal. Clamor que no ha tenido ninguna resonancia entre los parlanchines parlamentarios.
¿Acción? La Rusia otra vez imperial presume de haber construido el avión de guerra más letal, el T-50, capaz de portar misiles nucleares, y alcanzar la velocidad de 2.500 kilómetros por hora. Los del otro imperio andan envueltos en la "campaña electoral", reducida a un intercambio de insultos entre una señora de sonrisa exterior fácil y un pelirrojo vociferante.
La acción la ponen en marcha gente de conciencia viva. El capitán Klaus Vogel es uno de ellos. Es capitán de navío. Tiene 59 años. Ha surcado los océanos al mando de los Containerschiffen, esos enormes barcos que transportan, de un lado a otro del mundo, centenares, miles de contenedores llenos de productos producidos aquí y consumidos allá, o producidos allá y consumidos aquí.
Vogel tiene mujer e hijos. Ha comprendido que esos africanos que se embarcan sin ni siquiera saber nadar, a la deriva, huyendo de la muerte en tierra, aunque la encuentren en el mar, esos africanos también tienen mujer e hijos, que también embarcan buscando un futuro luminoso para sus hijos. No pueden protegerse de la lluvia de bombas; no pueden escapar de las garras del hambre. Ha pasado a la acción. Con dinero propio y de familiares y amigos, ha adquirido un barco, el Aquarius, con el que navega por el Mare Nostrum, ojo avizor para salvar a los ocupantes de barcazas o lanchas neumáticas, en trance de muerte. Como escribe la periodista Caterina Lobenstein, el 21 de abril de 2016 en el periódico die Zeit "él oye cómo gritan, ve cómo tiemblan, huele cómo huelen". Está allí, cerca, sin discursos.
Por una vez me sumo al lenguaje militar.


- ¡A sus órdenes, mi capitán!

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